Cerrando lo que fue la temporada de tomates es hora de darle el prestigio que se merece a tan noble fruta. Es que el tomate puede no gustarle a muchos en crudo pero nadie se niega a un buen plato de guiso o pizza con su salsa incorporada.
Unos 500 años a.C., los aztecas, los mayas y otras poblaciones de Mesoamérica ya incluían al tomate en su cocina. Estos pueblos domesticaron al fruto y lograron tener una variedad de gran tamaño que es como lo conocemos hoy en día. Así que mucho le debemos a los indígenas prehispánicos.
A Europa parece haber llegado en manos del desgraciado Hernán Cortés después de haber tomado la ciudad azteca de Tenochtitlán, hoy Ciudad de México. Pero el tomate no figura por ningún lado como hasta el 1544 cuándo el médico y bonático Andrea Mattioli lo describió como un nuevo tipo de benrenjena. Diez años depúes los bautizó como pomo d’oro, o «manzana de oro». Los franceses quisieron hacer lo suyo en el siglo xviii y los rebautizaron como pomme d’amour: «manzana de amor». Parecido pero distinto, al menos se acercaba un poco más a una verdadera descripción del tomate rojo.
Pero esperáte que no queda ahí
Por suerte el origen de la palabra se mantiene casi intacto. Es que tomate proviene la lengua náhuatl, la de los aztecas y otro pueblos mexicanos, y se compone de la siguiente forma: tomohuac = fruto; atl = agua, FRUTO DE AGUA
También jitomate: de igual manera proviene de la lengua náhuatl, xictomatl, compuesta por tres palabras, xictli = ombligo; tomohuac = fruto; atl = agua, “ombligo de fruta de agua”. Este es el redondito fachero que elijen para las publicidades.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.